Odio que me cancelen un vuelo.
Más aún si por ello tengo que cambiar otro que tendría que haber conectado con el anterior.
Más aún si el segundo encima lo retrasan dos horas.
Incluso más aún si siento la obligación de dormir porque es ridículamente de noche, aunque no sepa ya que en que zona horaria estoy ni qué hora es en mi cuerpo.
Y si además, justo en el momento que tus párpados se vuelven vagos y pastosos y todo empieza a estar confuso por fin, la de al lado te apuñalada con el dedo dictando sentencia "Do you mind? I need to go to the toilet" y tienes que levantarte, viendo como se te cae el sueño al suelo, la cosa empieza a ser insoportable.
Sin embargo, me trae la azafata una bandeja con mini alimentos, todos a escala avión, y de pronto la margarina, en un pan que suda trigo, parece la cosa más maravillosa del mundo.